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Borrando las huellas del mar al plato

La cadena mar-industria se ha trabado en una arista de la sostenibilidad: la neutralidad carbónica. Meta difícil hacia la que, no obstante, da pasos firmes.

Descarbonizar la economía. Dejar de depender de los combustibles fósiles. Reducir la emisión de gases de efecto invernadero. Mitigar el calentamiento global. Son letanías que aún hoy deben estar resonando en los oídos del consumidor después de que ayer se conmemorase el Día Mundial por la Reducción de las Emisiones de CO2, jornada establecida por la ONU para involucrar a la población en las acciones para frenar el cambio climático.

Sensibilizada está, o eso manifiesta. En España, especialmente, según el estudio Los españoles ante el cambio climático, realizado en julio del 2019 por el Real Instituto Elcano, que cita a sus habitantes como los ciudadanos europeos que, tras los portugueses, más aseguran estar preocupados por esa mutación del clima. Incluso apunta que el 57 % de los entrevistados dicen que estarían dispuestos a pagar más por el impuesto de circulación de su vehículo para evitar el impacto del cambio climático, con una media anual de 46 euros.

Esa inclinación que confiesan para los automóviles también la admiten ante el mostrador de la pescadería, el congelador de los productos elaborados o el lineal de las conservas. Un 60 % de los consumidores pregonan su disposición a pagar más por un producto sostenible y un 39 % afirman que han dejando de comprar referencias que no van en esa línea, según datos de la Asociación de Fabricantes y Distribuidores (Aecoc). Es lo que dicen, pero no siempre es lo que hacen y, en la mayor parte de las ocasiones toman la decisión en función del precio. Y lo sostenible no es precisamente lo más barato.

«Ninguén quere o cambio climático, e menos os pescadores, que o padecen», apunta Eduardo Míguez, director adjunto de Puerto Celeiro y presidente del Comité de Productos del Mar de Aecoc. Ahí está la migración de los peces de los caladeros habituales en busca de aguas más frías, que exigen rutas más largas, cuando no desaparecen directamente de sus zonas de pesca. Depender menos de los combustibles fósiles también es un deseo común de flota y ciudadanía. Solo hay que atender al precio del gasoil pesquero, que tiene a los barcos contra las cuerdas —a unos más que a otros— tras una subida del 62 % en un año (de 37 céntimos el litro a finales del 2020 a 60 en diciembre pasado, con datos del Observatorio Europeo del Mercado de los Productos de la Pesca y de la Acuicultura la UE (Eumofa).

Pero un pesquero no puede ser eléctrico, híbrido o moverse con hidrógeno o energía nuclear. Al menos no de momento. Aún no existe tecnología adecuada para propulsar un barco hasta aguas lejanas con algo que no sea gasoil , fueloil o hidrocarburo parecido, como ha quedado patente en varios foros. Verbigracia el celebrado en Bruselas en el que la conselleira de Mar, Rosa Quintana, pidió al ministerio de Teresa Ribera que incluya al sector pesquero en la hoja de ruta del hidrógeno verde, así como una flexibilización de las normas comunitarias de construcción de buques —que ahora limitan la capacidad y arqueo— de las embarcaciones para poder incorporar nuevas tecnologías y combustibles, que requieren de un espacio que no hay en los barcos y que no es posible conseguir por las limitaciones normativas.

Míguez también se muestra escéptico sobre la posible neutralidad carbónica de la flota pesquera en el horizonte que pretende la Comisión Europea, decidida como está a contar con los barcos de pesca en su estrategia Fit for 55 para reducir en ese porcentaje las emisiones en el 2030 y llegar al 2050 con una economía descarbonizada por completo.

No obstante, que sea difícil de conseguir no significa que la cadena mar-industria vaya a abandonar la carrera. «Iso sería como poñerse a dieta e, como sabes que non vas perder os quilos que queres, nin o intentaras», compara Míguez. Al contrario, la industria alimentaria del mar está dando pasos importantes en ese sentido en sus estrategias de sostenibilidad. Y lo está haciendo en todos sus eslabones, intentando borrar todas las huellas que el pescado deja en el medio ambiente desde el mar al plato. Independientemente de que la cadena, por falta de tecnología, se trabe un poco en esta nueva arista de la sostenibilidad. Perdurabilidad ambiental, se entiende, que parece que es la única que comprende el consumidor, y de la que peca la Comisión Europea, que se olvida de las vertientes social y económica, a pesar de que esas patas empiezan a cobrar músculo e importancia en mercados tan apetecibles como el estadounidense. La avanzaba ya Andrew Solomon, director de ventas de Trimarine, uno de los proveedores más grandes del mundo de túnidos para marcas y procesadores, en la Conferencia Mundial del Atún, celebrada en Vigo en septiembre pasado.

Acciones

Eduardo Míguez recuerda que Puerto de Celeiro hace tiempo que cambió el arrastre por palangre, con menos emisiones. Y rememora su programa Peixe Verde, que probó la viabilidad de sustituir el combustible fósil por gas natural licuado en la flota artesanal. Un intento de reducción de emisiones que también persigue en el transporte de pescado cuando este se descarga en Irlanda u otros países comunitarios y se utiliza el ferri en lugar del transporte por carretera para traerlo a Galicia y otros destinos.

En Bolton Food, también han hecho sus pinitos para descarbonizar la flota que captura el atún de Isabel, Cuca y demás marcas que fabrica. «Cada dos años cambiamos la pintura y aplicamos siliconas especiales que reducen el roce y el consumo y se hacen hecho mejoras en el sistema de propulsión». Con eso han conseguido reducir un 10 % las emisiones de la flota. Otra cosa son las factorías. Ahí el avance ha sido más palpable. «Desde el 2019, el 100% de la energía eléctrica consumida en oficinas y plantas en España es fuentes renovables certificadas, y en Manta (Ecuador) el 75 % procede de hidroeléctricas», apuntan fuentes del departamento de Desarrollo Sostenible de la empresa, con lo que se han dejado de emitir más de 4.500 toneladas equivalentes de CO2.

Pero la estrategia de Bolton Food es la búsqueda de una sostenibilidad 360?, «de los océanos, de sus recursos y de todas las personas». Utilizando «métodos de pesca responsables y sostenibles, asegurando una cadena de suministro que garantice los derechos humanos y produciendo con el menor impacto ambiental posible y la mayor eficiencia», dicen las citadas fuentes, que se remiten a las alianzas que tienen con WWF y Oxfam, y recuerdan que todo el atún que enlata Isabel lleva el sello de Atún de Pesca Responsable (APR), que garantiza que la flota está en buenas condiciones para navegar y que se respetan las normas laborales internacionales.

Sostenibilidad con nombre

Esos pilares —Planeta, personas, producto y comunidades— están también presentes en Pescanova Blue, como Nueva Pescanova ha denominado al compendio de acciones que persiguen la perdurabilidad general. «La sostenibilidad es LA estrategia», apunta Ángel Matamoro, director de Responsabilidad Social Corporativa (RSC) de la multinacional con sede en Chapela. Tanto es así que se han fijado sus propias metas, como el abastecimiento total de materias primas sostenibles en el 2030 o las emisiones netas cero en el 2024, compensando las residuales.

Llegar a ese objetivo «requiere actuaciones directas en eficiencia, búsqueda de fuentes de energía alternativas y también de compensaciones». En eso inciden «las inversiones en nuevos barcos más eficientes, en energía fotovoltaica y también en programas de compensación que actualmente desplegamos en países como Nicaragua», apunta Matamoro. «Nos basaremos en la ciencia para medir y perseguir las mejores soluciones para conseguir la meta de emisiones cero». Ese esfuerzo se traslada al consumidor a través del sello Pescanova Blue, «presente en los envases de nuestros productos», que transmite «la garantía de la actuación responsable y la gestión sostenible de nuestras operaciones pesqueras y acuícolas».

En el camino

El esfuerzo por borrar las huellas del mar al plato es general y algunos frutos ya ha dado. En datos de la patronal pesquera Cepesca, la flota ha reducido un 18% sus emisiones en los últimos 10 años —un 48% si la comparación se hace con los noventa—. Los fabricantes se han esforzado en mejorar la eficiencia; supermercados y grandes áreas han conseguido reducir el uso de plásticos en un 22 % en envases y embalajes, y la distribución ha renovado sus flotas de transporte y diseñado rutas más eficaces que ahorren tiempo y emisiones de CO2, explica el presidente del Comité de Productos del Mar de Aecoc. La digitalización de las operaciones también ha ayudado, pues redunda «nun aforro nas horas de utilización de luz, gasoil, calefacción…».

Ahora bien, no hay un concierto de sostenibilidad. Cada compañía sigue su propia partitura y decide su estrategia. Y, sin embargo, de poner todos en común las acciones, se podrían «aproveitar sinerxías e beneficiarnos todos». En eso están trabajando en Aecoc, en coordinarse para que la sostenibilidad salga más barata a las empresas. Y pone el ejemplo el sistema de recogida de cajas, que se podría hacer un trabajo conjunto y sería más sencillo que si cada uno sigue su propio sistema.

Porque «ser sustentable ten un maior custe». Y, además, la sostenibilidad no es fácil de explicar. «Todo o mundo a entende pola parte do recurso, sen reparar en que ten tres patas; que o produto que fas ten que garantir que se poida seguir pescando ou fabricando, si, pero que tamén ten que saír rendible para poder seguir dando traballo á xente». Tampoco es sencillo de comprender. «Para ser sostible tes que pagar máis, porque necesita máis traballo, certificados privados e máis custes», dice Míguez. Recurre a otro ejemplo: «Non é o mesmo unha granxa de mil polos que unha de cen na que estean ceibes todo o día e alimentados de forma natural. Todo o mundo entende que os ovos de estos pitos teñen que custar máis e hai que estar dispostos a pagar máis».

¿Lo están? «Da metade de Europa para arriba, si e o fan; da outra metade para abaixo, din que si, pero en realidade simplemente é que están pola labor». Mucha de esa contradicción entre intención y acción está en la falta de formación e información, aunque en este sentido hay opiniones divergentes. Para el responsable de Responsabilidad Social Corporativa de Nueva Pescanova, «el consumidor actual está cada vez más y mejor informado, sabe encontrar y contrastar la información necesaria para decidir cuales son las empresas que trabajan para producir impacto positivo al planeta, y a las personas». De hecho, Nueva Pescanova dice trabajar para «evidenciar con transparencia toda la actuación responsable, y nuestros progresos en sostenibilidad, haciendo accesible la información a todos nuestros grupos de interés». A criterio de Matamoro, «cada empresa deberá hacer su trabajo individual para trasladar a los mercados su actuación responsable y sostenible, y cuanto mayor número de empresas estemos comprometidas más fácil será hacer llegar al consumidor el mensaje».

Míguez, por su parte, considera que «fai falta un esforzo en comunicación», no solo por parte del sector en general y de las empresas en particular, sino también del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, que debería implicarse a la hora de trasladar al consumidor por qué un producto sostenible cuesta 10 euros y el de al lado 7.

Porque lo cierto es que, por ahora, los sellos y certificaciones poco dicen a los compradores. Míguez recurre de nuevo a la encuesta de Aecoc, que revela que el 60 % de los ciudadanos cree que es difícil llevar un estilo de vida sostenible. Los fabricantes y distribuidores «deberían facilitarle la vida» a estos, con una mayor visibilidad de los productos responsables y sostenibles, una mejor comunicación, explicando qué diferencia existe entre un sello y el del al lado. Porque esa es otra. Hay tantas marcas, etiquetas, sellos, certificaciones, denominaciones… «Vai chegar un momento en que o expositor vai parecer a capa de un tuno», ironiza el director adjunto de Puerto de Celeiro.

Toda una ceremonia de confusión innecesaria, pues, como sostiene Míguez, a los productos comunitarios no debería hacerles falta ningún sello que certifique nada: «Bruxelas impón TAC (totais admisibles de capturas) e cotas, ten un sistema de trazabilidade, métodos para impedir a entrada de pesca ilegal, inspeccións de Traballo, do Seprona, da Garda Civil, de Sanidade, dos veterinarios de Mar…» Pero Europa no estuvo por la labor de crear un sello común a los Veintisiete. «Hai verdadeiros lobi traballando para que así sexa». Y así es que hay que recurrir a certificaciones privadas y hay que pagar a alguien como MSC o Friends of the Sea —el distintivo que lleva adherida la merluza del pincho de Celeiro—, para que diga que un producto es realmente sostenible. Total, para que al final muy pocos entiendan qué significa que un productos a base de pescado lleve el sello azul de MSC.

En ese campo es en el que hay que dar la batalla, opina Eduardo Míguez. Ahora que todo el mundo saca el móvil cuando se topa con un código QR, sea en un restaurante o en una exposición, debería aprovecharse ese sistema para explicar al consumidor por qué ese producto cuesta 10 y el de al lado 7.

Pero, mientras, toda la cadena irá puliendo el engranaje para hacer desaparecer cualquier huella entre ese camino que el pescado recorre del mar al plato.

 La Voz de Galicia – Somos Mar

Espe Abuín / Fotografía: María Pedreda

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